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Dios te Bendiga!!

viernes, 28 de octubre de 2016

Dejando Huellas

(Deut 34 y  2º Cro. 21 )

Moisés y Joram ambos líderes, conocían a Dios, tenían las mismas leyes pero las huellas que dejaron en sí fueron muy distintas. 
Moisés, un gran profeta, hombre  fiel y manso, demostró que amaba a  Dios mediante su obediencia  y que amaba a los israelitas  intercediendo por ellos ante Dios. Su ejemplo de fe, humildad y amor son una  verdadera huella.
Joram, reinó 8 años en Jerusalén, asesinó a todos sus hermanos de sangre, los ejecutó sin piedad y misericordia, abandonó el camino del Señor Dios Israel por seguir el camino de los reyes paganos. Tras su muerte sus restos no fueron sepultado en el sepulcro de los reyes. Sus huellas dejadas fueron vergonzosas. 
Reflexionemos en estos dos hombres, los cuales conocían a Dios pero por su actuar son recordados hoy de forma muy diferente, preguntémonos ¿Cuáles son la huellas que estamos dejando y por cuáles un día seremos recordados? 

- Jeniffer Zambrano B.-




domingo, 23 de octubre de 2016

De vuelta al Jardín

Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que adoren (Juan 4:23) RV1909

Es de ligero entendimiento mantener el concepto de seducción desde el aspecto femenino en dirección al masculino, esto es en términos más sencillos, lo terrenal y lo Divino, situación que es descrito más a fondo en el origen de los cielos y la tierra (cuyas representaciones se vinculan con ambas entidades citadas, es a saber “Cielos; masculino”, en tanto que “tierra; femenino”). Esta idea es ya de por sí ampliamente aceptada, comparándose tanto al pueblo de Israel, como a la Iglesia actual a manera de una novia. Por consiguiente, la seducción nombrada, es en base a las enseñanzas sobre nuestra búsqueda incesante por el Señor, en la que se compara el potencial sexual de la unión del Amado (es pues, Cristo) con su esposa (Iglesia), a esto, los propios sabios del pueblo judío le denominan las “aguas femeninas” que estimulan el descenso de la Divinidad. Tal estímulo, entonces, se torna en atestados ruegos, plegarias, alabanzas, ayunos, votos, y demás formas de atracción que acercan el “aspecto masculino” al femenino, es decir a nosotros mismos.

Tal necesidad; el descenso de la Presencia Divina (comúnmente denominada Shejiná), al que recurrimos a diario en nuestras oraciones cotidianas, es altamente comprensible, dada nuestra necedad y privaciones con respecto a la santidad, en la cual nos envuelve nuestro entorno, y el que a su vez para ser rectificado intuimos en el propio poder que alberga el evangelio, siendo este un principio o consecuencia que se desprende del plan Divino de salvación.
Pues bien ¿En qué consiste el menester de buscar adoradores? ¿No es pues, inteligible su caso contrario, en el que nosotros le deseamos (como fue dicho; “el Deseado de todas las naciones (Hageo 2:7)”

La respuesta resulta simple; Él anhela retornar a su jardín. O en otros términos, es el deseo de ostentar una morada en la tierra, y habitar junto con el ser humano. Es a esto a lo que se refieren las Sacras Escrituras ”El Hijo del Hombre no tiene en dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20), consecuentemente no sólo señala la búsqueda dictada, sino que también la ineficacia de sus hogares anteriores, es a saber el huerto al oriente de Edén, el tabernáculo y el Templo.

Ahora bien, es perfectamente sabido en nuestra doctrina y costumbres que el Espíritu de Dios reposa en nuestro interior, como bien se señala en que el Santo Todopoderoso ya no habitará en templos elaborados por manos humanas, sondear en tal punto resulta innecesario para los más avezados al cristianismo. Por lo que sencillamente el jardín, fruto de su apetencia, es el propio corazón del ser humano. Con esto hay un retroceso hacia las etapas primitivas en las que el Amado se relacionaba con el Hombre, un huerto sin paramentos de mampostería o telas, es decir un espacio abierto que convoca a la espontaneidad y albedrío. A partir de éste punto ya nos es sencillo abordar la equiparación del jardín del Edén con el corazón en su sentido espiritual, puesto que es conocido que en el corazón se engendran malos pensamientos, brotando en intenciones y acciones propias del mal impulso (Mateo 15:19, Marcos 7:21). Asimismo, se desarrollan formas virtuosas, cuyo fruto es producente al servicio Divino, a estos se les denomina en Génesis como “árboles deliciosos” (2:9), es decir nuestros méritos, rectificaciones, y demás obras en seguimiento del refinamiento de éste mundo, cuyas herramientas se basan en el cumplimento de sus preceptos, oraciones, conductas, evangelización, etcétera. Dentro de tales árboles divergen los distintos “frutos del Espíritu”, no obstante, ante tales cualidades, también emergen sus contrapartidas citadas, las cuales son restablecidas por medio de dos árboles destacados; el árbol de la vida y el árbol del conocimiento.

El primero es descrito en un texto judío (Bereshit Rabá 15:6.) como un “árbol que se extiende sobre todas las cosas vivas”, en el que a su vez se cita a un eminente Rabino ( Yehuda bar Ilai), diciendo: “El árbol de la vida cubrió una distancia de quinientos años de camino, y todas las aguas primigenias se ramificaron en corrientes debajo de éste”. En términos más sencillos, los 500 años aluden a las propias dimensiones de la Tierra, es decir las raíces del árbol de la vida nutrían a todos los seres vivientes. En consecuencia, tales raíces del árbol nombrado alimentan el corazón del Hombre, dotándolo de subsistencia, esto es pues un mensaje claramente mesiánico, al que se redunda nuevamente en el libro de Apocalipsis. Si se piensa que las raíces nutren de vida ¿Cómo, pues, actúan las ramificaciones del árbol del conocimiento? La contestación se basa en la analogía de ambos árboles con los atributos mesiánicos; vida eterna y redención del pecado, por ende (si el árbol de la vida ejemplifica sencillamente vida eterna) el árbol del conocimiento resulta en la cualidad redentora nombrada. 

Con esto se intuye que sus raíces impregnan el pecado, expurgando todo yerro, cuyo efecto emerge en un fruto adulterado, el que corroe al ser que se alimenta de él. Por ende, ambos son necesarios, mas su provecho en su fruta no resulta del todo beneficiosa según sea el caso, y que por el contrario, son los efectos de sus componentes en conjunto (vale decir, ramas, tronco, raíces) los que actúan vigorosamente en el individuo.

Como Juventud de Concepción agradecemos el aporte de Ronald Saavedra, en esta invitación de reencontrarnos en nuestro jardín con el Dios Eterno.